Nunca pensé que aquí abajo haría tan grandes amigos. O mejor dicho, que cogería algo parecido al cariño a aquellos que en algún momento ya se habían cruzado en mi camino.
Venía avisada. Pero nunca pensé que fuera para tanto. Este país está habitado no sólo por ex – convictos y aborígenes, sino también por nuestras amigas las moscas, las polillas, las cucarachas, en particular, y demás insectos en general.
Nada más llegar nos presentaron a las polillas. Nada más y nada menos que en forma de plaga. Aquello parecía una peli a lo Independence Day y el “se acerca el Apocalipsis”. Recuerdo estar en pleno centro urbano, en una cabina, llamando a mi madre casi por primera vez, y al mismo tiempo sorteando a cientos y cientos de esos bichos haciendo vuelos de reconocimiento unas, y de exhibición otras, más expertas. Y mientras, “mamá, que sí, que ya llegué…¿Sydney? Bien, bien, bfff, un calor…”, y de fondo manotazos al estilo escudo protector.
Segunda observación, las moscas. ¿¡Pero qué invento es éste!? A éstas nos las encontramos a primera hora de la mañana, al ir a trabajar. Nadie como ellas para dar los buenos días zzzuzzzurrándote al oído. Y nunca vienen solas. Se traen a toda la familia y a parte de los compañeros de facultad. Y no van a la comida, van a tu cara. Y no te marean y pasan de largo, sino que montan el chiriguito en tu espalda. Y te las llevas en plan mochilero riéndote de otros, mientras tú, pobre infeliz, llevas también tu mochila full de corazones.
Y ya por último, las más populares, las reinas del baile, las cucarachas. Grandes amigas so far. Y grandes amigas, digo bien, porque siempre están ahí, sobre todo cuando no las llamas. Las hemos visto por la calle: en plan duelo, la miras, ella te mira, y cada una sigue por su camino. Las hemos visto en alguna ducha de algún backpacker: cosas que una madre nunca debería saber. Y las hemos visto en algún sitio más, pero no daré detalles. Aunque aprovecho para hacer un llamamiento en favor de la convivencia pacífica.
Aún no estamos en la peor época. Se acerca el calor de verdad, y por lo visto todos los bichos mutan y aumentan un par de tallas. No quiero ni pensarlo.
En cualquier caso, de lo que estoy más orgullosa es de haber aprendido a comportarme con cada uno de ellos. En España no teníamos apenas contacto. Aquí, casi casi existe ya una relación fraternal. Y yo también, como los australianos de verdad, sé mostrar indiferencia ya, como mayor desprecio. Y mantengo mi rictus más o menos impasible cuando me dan guerra. Más o menos.