viernes, 3 de octubre de 2008

Crónicas from far farewell

Pues bien. Ya llegó el momento. Y yo ya llegué. Escribo ésta, la que supongo será la última entrada del blog, desde el ordenador de mi casa en León. La historia de downunder cambió de hemisferio hace dos días y hoy, a punto de ponerle fin, se convierte efectivamente en Historia.

Todo comenzaba hace más de un año. El blog y la experiencia. Me iba a Australia, a un país-continente del que no conocía más que lo típico. Con un montón de expectativas, un montón de curiosidad y más de trescientos días por delante para estar lejos de todo.

Se ha pasado el año. A veces sin darme cuenta. Y otras contando hasta los segundos que quedaban. Ha sido completo, porque he cumplido con los viajes, las rutas, las vacaciones, las visitas, los retos y las novedades, y ya en último lugar la oficina. He conocido a mucha gente, muchos que iban desfilando como una hilera de patos en la feria; y con unos me he quedado, y otros simplemente han pasado de largo.

Me acuerdo de la lista que redacté al principio, allá por el mes de octubre. He cumplido religiosamente con casi cada una de las propuestas. Pero eso al final es lo de menos, porque han salido muchas más. En el blog he terminado contando los viajes, porque no es plan de poner reflexiones de ésas que también he tenido este año, y os he mandado las fotos para que echáseis un pequeño ojo a lo que yo en su día vi en directo. He disfrutado y mucho. Y también he disfrutado menos.

En resumen, me oiréis decir que Sidney está bien, que es una ciudad en la que se vive fácilmente. Pero que Australia está mucho mejor que Sidney. Y que a un nivel incluso superior se encuentra Nueva Zelanda, que es la pera. Que me gusta el Pacífico y me interesa el Sudeste asiático. Que todo aquello está muy lejos. Que no les he acabado de coger el punto a los australianos, pero que los indonesios me cayeron muy bien, mejor que los vietnamitas. Que he echado de menos el lomo, mucho, y que ahora echaré de menos hacerme la comida con sólo tres ingredientes. Que pensaba que me iba a costar acostumbrarme a todo esto otra vez, pero no es verdad; sólo se me han escapado un par de sorrys y todavía me acerco al semáforo con la intención de pulsar un botón aquí inexistente para que se ponga en verde. Pero con el tiempo parecerá que nunca me fui.
El vuelo de vuelta un pelín accidentado: casi perdemos el primer avión, el que daba paso a las 27 horas de viaje; compartimos asientos y palmas con el cuadro flamenco de Sara Baras; y llegamos a Madrid sin maletas. Y crucé a la carrera la línea de meta de las puertas de cristal del aeropuerto porque lo mejor estaba esperando en Barajas, con un hambre que se caía el pobre.
En breve estaré disponible ya lejos de esta presencia virtual. Dentro de nada os estaré contando mis historias, y vosotros las vuestras. Ahora me voy a merendar: Colacao :-)

martes, 9 de septiembre de 2008

En homenaje a Europe

Ya he llegado a la fase en la que sueño con asiáticos. Eso significa que ya llevo mucho tiempo aquí. Porque sueño con asiáticos en el sentido de que hacen de figurantes, que son la gente que en el sueño aparecen por calle, de relleno, sin aportar nada más que un poco de atrezzo humano.

En Sydney hay mucho asiático, eso ya lo comenté alguna vez. El centro está plagado, y no sólo en el barrio chino, de jóvenes modernitos coreanos, tailandeses y chinos. Cuando es un hecho que deja de llamarte la atención, y es más, cuando ya consigues distinguir entre nacionalidades, quiere decir que ya hace mucho que llegaste.

Y yo en concreto, llegue once meses atrás. Hace casi un año que mi madre me decía aquello de “no te podías ir más lejos”. Desde hace semanas, y ya con fecha de vuelta, la mujer no deja de entonar el “it’s the fiiiinal couuuntdown”. Y yo, que hace un año me despedía de todo el mundo mientras pensaba en cómo meter sólo 23 kilos en la maleta para más de 300 días, me encuentro ahora disfrutando con la idea de subastar todo aquello que supere los 23 kilos que me podré llevar de vuelta.

Esto huele ya a “se está acabando”. Queda poco. Y parece que hace mil años que llegué. Ya ha vuelto la primavera a la ciudad, desde el 1 (¿?) de septiembre, la estación que nos recibió en 2007. Ya en la oficina voy cerrando cosas, voy despejando la mesa reconvertida a trastero, e intento dejar visto lo que me queda de la ciudad, semidespidiéndome, porque la lluvia que no para (preparaos los nuevos) no me deja hacerlo como Dios manda.

Y ahora me siento un poco en el limbo. Porque con la cabeza allá, aún sigo despertándome bocabajo. Y porque cuando hablo con los de allá, no me entero de sus gracias. Qué miedito la vuelta. Be ready. Vosotros y yo.

jueves, 28 de agosto de 2008

El país de los ceños fruncidos

Cierra los ojos. Pero bien fuerte, que no se te abran en las nueve horas que dura el vuelo. Aterriza en un aeropuerto nuevo, limpito, ordenado, y resbala hacia la salida hasta que de golpe te reciba el calor y una estela interminable de taxis con o sin “míter”, “taximíter”.
Abre los ojos en Ho Chi Minh City o en Hanoi, según el día. Ciudades con mil historias recientes e incluso más humedad. Si puedes, abre todavía más los ojos para no comerte una moto o un tuc tuc, y si ves que es imposible, reza al cruzar un paso de cebra. Pellízcate; ¿has pasado al otro lado? Pues entonces no te queda más que achinar los ojos para conocer el país en color y en blanco y negro. Ho Chi Minh City tiene mucho de Ho y bastante de City. Verás que los edificios a lo europeo se salpican entre carteles de tiendas reconocibles y pósters comunistas. Las pagodas te invitarán a un volumen mínimo y los tanques te recordarán a los setenta. En la norteña Hanoi hace todavía más calor, pero se te olvidará pensando en el lago central con historia de cuento y tortuga de origen parecido a Ness, porque eso le pone la puntilla al encantamiento local. Aquí también se está a la moda de la zona; la de que no haya más que gente por la calle; ¡¿pero de dónde salen?! ¡¡¡Tantos!!! Y muchos en pijama (¿?), ordenados por puestecillo, y puestecillos ordenados por barrio temático, y barrios con mercado nocturno. Aquí todo el mundo vende. Así que regatea, cambia, haz prácticas en el arte del trueque y no seas demasiado bueno porque te llevas cuarto y mitad de su stock.

Aquí toca también desaprender las reglas matemáticas, porque sólo aquí 380 kms se recorren en 14 horas. Las literas de dos pueden esconder hueco para tres. Los cócteles cuestan unos 2 euros. Y la evidente e inmensa belleza de ellas es directamente proporcional a la longitud de las uñas de ellos (sorry!) Ni te molestes en hablar en inglés; con el castellano así en batiburrillo se llega a todas partes. No te entienden. Repito. Ni aunque pronuncies vietnamita de quinto de la Escuela de Idiomas, no hay manera de que te entiendan. Así que hay que venir con paciencia del que está de vacaciones. Y con los gemelos a punto para caminar y caminar. Para pararse, perderse, observar, no respirar, y seguir caminando. Para embarrarse, subir, bajar, y encogerse de cuclillas como los de aquí. Y con buen saque para comer un porcentaje bien alto de su producción de arroz.
Y además de parpadear, abre la boca ante los distintos escenarios. Pocos te recuerdan a algún otro sitio. Lo que simplemente quiere decir que mucho de este país es único. Patrimonio, reconocido o no, que si fuera por ti conservarías intacto impidiendo que nadie más lo descubriese. Postales mágicas y silencio de estar a gusto. Como las terrazas de Sapa o la cola de dragón de Halong Bay. Ambos dos lugares dignos de guardar en el bolsillo y llevarse de vuelta a casa. Es que claro, es que así es Vietnam, y por eso lo elegimos. Ha sido un viaje de no parar y de timing perfecto. Empezamos en avión, pasamos por taxi, barca, barco, tuc tuc, moto, tren, y acabamos en furgoneta. Ha sido un viaje de momentos, de diapositivas muy distintas unas de otras. Ha sido un viaje de calores, de surrealismos y de paisajes imposibles, again, y rincones casi místicos. Hemos llevado a todo un séquito detrás durante unas cuantas cuestas y unas cuantas horas, hemos cenado al son del Paco de Lucía de ojos rasgados, y nos hemos presentado ante infinitos budas. Ah, y creemos fervientemente que el idioma ese suyo se lo inventan sobre la marcha. Imposible, oye.

martes, 26 de agosto de 2008

El camino de Santiago

Lunes por la noche.
La otra opción era "Mira quién baila".

lunes, 25 de agosto de 2008

Con acento

Otra de mis visitas Robles llegaba en el mes de julio y se marchaba en agosto. De nuevo una de mis primas se animaba a cruzar los charcos acompañada por un chavalín de Madriz que adora los backpackers. Primera prueba superada: un viaje tan largo, y no se me pierden.

Ana y Álex llegaron sin ningún percance al Sydney resacoso de Papa. Casi a las pocas horas de recibirles se me escapaban del nido cual adolescentes para ver mundo. Les monté de nuevo en el avión y pusieron rumbo al norte en busca de sol y buen tiempo, ése tan característico de Australia y ése que no se encontraron aquí. Y lo primero que vieron no fue el agua cristalinamente espectacular de las playas de Queensland, si no las tormentas tropicales que sólo te dejan salir del hotel para tener que entrar a los cinco minutos.

- Pobres! Empezamos bien el viaje (pensaba yo aquí).
- Tomaaa! Entre chanclas y pareos he encontrado un chubasquerillo que me puede hacer algún apaño (pensaban ellos allí). Segunda prueba superada: al mal tiempo australiano, buena cara, que estamos de vacaciones. Mejor una tormenta en un resort paradisíaco que en un atasco de Villaverde, no?

Por suerte, el estancamiento les duró tan solo un día , y enseguida se subieron al coche-por-la-izquierda para no bajarse en 10 días: Townsville, Magnetic Island, Cairns, Port Douglas, con parada especial en la barrera de coral. Cogieron aire, y ale, de un salto a Adelaida, otra vez el forro polar abrochado hasta arriba y de nuevo en ruta pasando por Robe, Port Campbell, viendo los 12 apóstoles y cientos y cientos de koalas, canguros, emúes, ballenas, echidnas, casuarios y así hasta una retahíla cansina de bichos autóctonos. La meta se la planté en Melbourne, perdón, Melburrrrrrn, porque con la carrerilla que llevaban llegaban otra vez a España pero rodeando el mundo por el otro lado. Tercera prueba superada: moverse por las carreteras de cuatro Estados sin problemas gps-ianos y coger con una soltura que asusta el cerrado acento sureño. Cómo se manejan los tíos. Qué curso acelerado de That’s English.

Se les dio bien el Road trip; cada día escuchaba el parte de lo que habían hecho y mentalmente tachaba días para encontrarles de nuevo. Y quedamos en Melburrrrrrrn. Una ciudad que se convirtió en un oasis para ellos después de tanto rural, y en la que dimos la bienvenida a un nuevo miembro de la familia (y Álex, no te pongas fucsia :-), que estoy hablando de Dani, el mini-Robles más pequeño hasta la fecha!). Vuelven más redondos, porque aquí los amigos se han puesto tibios a comer. Vuelven tan eufóricos como Félix Rodríguez de la Fuente, porque la naturaleza de este país les ha enganchado. Y vuelven (y de hecho volvieron ya) herniados y con cara larga, que lo que querían era quedarse. Y ver el Rocón. Estooo, el Uluru, que no, ni se lo mencionéis, pero no lo vieron. Ay!

Agradecida y emocionada, solamente puedo decir: qué poca guerra me distéis, ea! Hasta dentro de ná!

viernes, 1 de agosto de 2008

Y ni me enteré

La navidad llegó y se marchó a ritmo de frikismo y Homer Simpson en el salón. Recreamos las campanadas con Ramonchu y su capa, y tiramos de los restos de El Almendro que aún quedaban desde el verano.
Y dudamos si subir a Baqueira o bajar a Sierra Nevada. Así que optamos por el Monte Kosciusko, que es lo más alto que nos pilla a mano, y ale, colina abajo colina arriba hasta que la ventisca y la poca impermeabilidad de nuestros pantalones vaqueros nos obligaron a aparcar el trineo.
Después de este descubrimiento en las Snowy Mountains, a este país ya no le falta de nada. Australia también usa cadenas.

Y entre unos y otros, la oficina empezó a llenarse de posters. No damos a basto con tantas Relaciones Públicas. Los vecinos de planta nos miran con desdén; su puerta en comparación con la nuestra nunca tuvo tantos complejos.
Se acabó julito.

miércoles, 16 de julio de 2008

El mejor invento del mundo

Los atardeceres y los amaneceres. Que se inventaron en Kakadu, provincia de Darwin. Porque Darwin para nosotros no ha tenido más que aeropuerto de ida y vuelta, y el resto lo hemos encontrado en mitad del Parque Nacional, uno de los pocos que son a la vez Patrimonio de la Humanidad tanto natural como cultural. Ahí es nada. Como nada hubo que se nos quedara en el tintero.
Coincidimos con la temporada seca. Y todo lo que esconden las lluvias hasta abril fue pasando en plan desfile de la temporada delante de nuestros ojos. Aborigen tras pintura. Pintura tras catarata. Catarata tras cocodrilo. Cocodrilo tras puesta de sol. Una lista de instantáneas encadenadas y comentadas al fresco de una tienda de campaña y bajo las estrellas de este hemisferio, al amparo de los dingos.
A Kakadu se le exige mucho, porque es la pera, y debe demostrarlo. Y Kakadu da. Se hace querer y regala. Sus cataratas vienen a pares; las pozas son como lagos; y el agua oscurece y se hace transparente por momentos, para de nuevo hacer un regalo permitiendo observar el fondo y su fauna tortuguil.

Regala reflejos, completamente simétricos, escandalosamente bonitos.
Regala amaneceres en los que los cocodrilos remolonean.
Despierta a los pájaros que a mi humilde ojo se multiplican por momentos. Y nosotros nos echamos hacia atrás y simplemente disfrutamos del desfile: de las vistas del Rey León. Aquí el pequeño Simba se presentó en sociedad. De las pinturas aborígenes, claro ejemplo de cómo no salirse mientras uno colorea. De los madrugones de casi soltar una lagrimilla. Temprano y tiritando para coger primera fila, y siendo siempre los últimos. De las rutillas de sube y baja a la carrera. Siempre tras un septuagenario en mocasines Kensingtonshire.
Una vez allí, no puedes más que ponerte la chapa de modernito de “I love nature”, bajarte el sombrero sobre la cara al estilo Indi para dormir y esbozar una sonrisa. Porque nos ha gustado. Chulíiiiiisimo.