jueves, 31 de enero de 2008

En busca de

Queríamos una isla paradisíaca, desértica, de arena blanca y aguas cristalinas. Con animales exóticos, de los que sólo se ven en los libros. Con barcos piratas y tesoros escondidos. Con ecos en la playa y orquestas aviares en las selvas tropicales. Y nos dimos de morros con un ferry que nos llevó hasta un 4X4. Y con un 4X4 que nos permitió recorrer Fraser Island, de centro a sur y luego a norte, siempre por la orillita del este, que la del oeste es chunga.

Nos dieron un machete por si nos entraba hambre, una especie de guadaña para abrirnos paso entre la maleza, agua para tener reservas, y una pequeña guía e instrucción sobre cómo moverse por la isla. Nada que unos auténticos aventureros como nosotros, con Indiana Jones metido en vena, no trajéramos ya aprendido de casa. Después de sortear serpientes marrones, de ésas que atontonan con solo mirarlas, saltamos sobre los helechos XL y llegamos a la playa del lago. A una arena más blanca que un folio sin estrenar. Al sol que tímidamente aparecía y desaparecía. Y a un agua. De nuevo, ¡qué agua! No dejábamos de mirarnos los pies. Avanzando metros y metros, el agua subía de tobillo hasta cintura, pero seguía viéndose el fondo, y a una temperatura simplemente perfecta.
Este descanso refrescante nos animó a buscar el mar, mejor dicho, el Océano, que nos esperaba retador con olas interminables y seres vivos amenazadores. Los tiburones, fieles a su playa. Las medusas azules, de familia numerosa. Y los dingos, de aspecto inofensivo pero timador.

Resistimos ante un cielo tormentoso y nos hicimos fuertes bajo los rayos del sol en el conocido Estado de Sunshine (o Queensland, el de los 300 días de sol/año, ja!). De puntillas por la arena, descubrimos catedrales con vistas al mar y dunas para marcarse una bajada en trineo. Nos enseñaron artes marciales para (literal) defendernos agresivamente de los animales que pudiéramos encontrarnos. El plan A, pasar desapercibido; plan B, defenderse. Y así estuvimos al loro. Por si acaso.Lo anteriormente citado es cierto. Existe. No es producto de mi imaginación. Ni de vuestra vista cansada. O quizá sí, de las dos cosas a doble dosis. Todo eso vimos en la Isla. Y hasta aquí puedo leer. El resto os queda descubrirlo cuando vengáis (voy a optar por esto de reducir la información para ver si por fin os tiento…)

martes, 22 de enero de 2008

Open

Aquí no hay horario de visitas. Aquí estamos 24 horas/día, 365 días/año (ya quedan menos) a vuestra disposición. Os ofrezco un completito paquete vacacional si os animáis a “padecer o disfrutar” las taitantas horas de vuelo hasta la Terminal internacional de Sydney.

Y para muestra, una Oak.

Hace unos siete meses, en el julio leonés, la rubia voceaba entre el resto de primos para organizar una quedada en Nochevieja a este lado del mundo. Y sí que tuvo éxito rotundo su llamamiento que, al final, se vino ella sola. Bueno, sola no, con Tim. Pero cumplió su promesa. Helen abrió la veda de visitas overseas de este año, y así pude pasar unas Navidades “más o menos” en familia. Y Tim por su parte colaboró con su punto aboriginal y me hizo sentirme como en casa en su idem de “moqueta-para-ir-descalzo”.

Aquí mi prima se sintió como pez en el agua en esta ciudad tan cercana y a la vez tan desesperadamente lejana para ella. Suspiró por ver el sol y se llevó de recuerdo mucha lluvia y unos cuantos koalas, y bronceado algo mate, pero al fin y al cabo, bronceado. También se llevó un diccionario bilingüe ES-Aussie made in herself y un empape general de la cultura local.

Fue mi compañera de fatigas catching the wave, algo que guardaré como oro en paño en el fondo de mi retina. Y se aficionó a acampar ahora, a su edad: las tiendas de campaña y ella, uña y carne. Sufrió los calores pegajosos de esta pequeña gran urbe, y se marchó dejándola empapada no por los sudores, sino por los chaparrones.

Posó para miles de fotos con la Ópera de fondo, en color y en blanco y negro. Se hinchó a hamburguesas, a barbacoas y a eventos al estilo “baile de fin de curso”, y a hablar inglés y a coger agujetas de sonreír. Entró en el 2008 entre Tim y yo y entre miles de aussies antiuvas. Y luego decidió estrenar el año caminando unos cuatro kilómetros sobre el Harbour Bridge, eso sí, y regalándome vistas inéditas de la ciudad a la que vino a visitarme.

Me trajo muchos abrazos de Reyes y se ha vuelto con la maleta llena de los mismos de mi parte. Y me confirmó que sigue estando igual. Y que esto está muy lejos. Y me dejó energía para los próximos meses. Espantajo, qué bueno que vinisteis. :-)

viernes, 18 de enero de 2008

La oferta del día II

Recupero aquella entrada de hace tiempo para darle el reconocimiento que se merece el pasillo de las gominolas, pasillo al que he reducido mi estudio de campo sobre curiosidades en el súper porque sobradamente da de sí.

Y para muestra, aquí mis amigos: parecen más bien objetos decorativos que algo que de alguna forma a priori inimaginable pueda masticarse.

¿Qué fue de las moras, o de los palotes, o del regaliz rojo?

lunes, 14 de enero de 2008

Novata de 1er año

Un paso de gigante en mi todavía en pañales inmersión cultural. Ayer descubrí todo lo que me queda por entender del mar. Los déficit de conocimientos y entendimientos con el mundo submarino que aún tengo. Lo que canta a la legua que sigo siendo de secano.

Ayer por fin salí en busca de la ola. Pero sin tabla. Ale, así, a cuerpo descubierto. O mejor, en inglés, a lo body surf. Me flipan (si se me permite la expresión) las olas de este país. Olas que no tienen nada que ver con el rastro de un barco que navega en paralelo a la costa en España. No, olas que se merecen mayúsculas y luces de neón.

Ayer nos fuimos a una playa aparentemente normal. Con mucha gente en la arena, mucha. Y con overbooking en el agua, también. Pero una pizca diferente del resto de playas. Ayer el mar hizo distinciones entre los que (la que entraba-)mos avanzando y desavanzando en un mar más bien helado, y los pequeños micos de medio metro que con minineopreno surcaban las olas con una soltura que te pone los dientes largos.

Pero un clic. Un cambio de mentalidad. Y ya el agua no estaba tan fría, llegando a unos niveles hasta agradables. Después de saltar algunas olas al estilo plano español, después de esquivar brazos y piernas que surgen de no se sabe donde, y mientras mantenía una típica conversación de “¿y qué tal en Sydney so far?¿qué, te gusta?”, se hizo el silencio y mi interlocutor aussie desapareció entre las aguas, la espuma y algas tamaño alfombra de salón. Después de cinco minutos de agonía, con la música de Tiburón retumbando en mis oídos, mis movimientos de cabeza a un lado y a otro, reaparece el desaparecido en cuestión como si nada.

Y me lo explicó - lo más normal del mundo para un australiano: sentir la ola (¿?), oír que viene una buena, y ala, “I think I’m gonna catch this one…” me dijo por lo visto justo antes de desaparecer. Eso justo que yo no oí. No se puede desperdiciar una ola. Ni siquiera cuando no llevas la tabla bajo el brazo. Y da lo mismo si dejas a alguien con la palabra en la boca. Porque es lo normal y todo el mundo lo hace.

“¿Ah, sí? Pues venga, la siguiente buena que venga, yo también la catch” (qué flipada, verdad?). Pido algunas instrucciones básicas cómo por ejemplo, cómo “sientes” eso de la ola (algo que yo no siento ni de broma), en qué momento la “catch” y después ¡qué leches haces! Instrucciones entendidas, me pido una buena. Y viene, porque ayer hubo tormenta, el mar estaba revuelto y las olas eran un no parar. Para mí la sensación es cómo las carreras de relevos en atletismo: empiezas a correr antes de que tu compañero llegue a tu altura, y ya sigues con tu ritmo hasta que te pasa el testigo. Pues algo parecido: “que viene, que viene” y ale, a nadar como una descosida antes de que rompa y después a buscar que te lleve y te impulse y finalmente la “sientas”.
Le he dado un poco de color a la escena, sí, para tapar que ayer no lo conseguí todavía, y que tragué taaaanta agua.

martes, 8 de enero de 2008

El número mágico

Ni 31, ni 2008. Este año la Nochevieja cayó en 3. Porque esas fueron las veces que la celebré. El mismo día que tocaba y también con un margen de error de +- 1 día, por si acaso.

Empezando por el 30, fecha par, y a falta de uvas, arándanos. Alquilamos la Ópera, o mejor dicho, alquilamos un hueco en su palco de escaleras orientado al puente. Y asistimos al ensayo general. Preparados, listos, ya. Y la cuenta atrás comenzó al mismo tiempo que daban las doce. Nos miramos con un interrogante sobre la cabeza y una a una nos comimos nuestras no-uvas. Al terminar, Happy New Year! y brindis con el no-champán. Y celebración como de “final de la Champions a las 4 de la mañana”, con los de seguridad atentos a cualquier movimiento extraño. Miramos el móvil para no-recibir sms de felicitación y pensamos ¡uf, ya 2008!

Al día siguiente, de no-resaca, me saqué de la no-manga, que aquí vamos en tirantes, a una pareja mixta. Helen y Tim, que se merecen un post aparte, me hicieron hueco en su manta de picnic y me llevaron al Observatory a recibir (ahora sí) al 2008. De nuevo tensión, nervios ante la gente que comenzaba a levantarse, y nos pusimos de pie también. Y empezó la serenata de fuegos artificiales. Por fin en directo lo que tantos años había visto en el telediario de medio día. Fuegos, fuegos, y más fuegos, por todas partes. Bonitos, feos, pequeños y estrellados. Muchos oooohhhhs! Y mucha tortícolis. Y sobre todo, mucha exclamación nuestra voceando mosqueadas “¿¡pero cuándo empieza el año?! ¿¡cuándo exactamente!? ¡¿contamos nosotros?!”.

Al tercer día, ya con experiencia, cogimos sitio en primera fila para entrar (ahora sí, Spain, twelve points!) en el 2008. La tecnología enfocó en el monitor a mi familia, escondida debajo de una peluca de la Plaza Mayor de Madrid (no debería contarlo, verdad?), y frente al televisor. Nos enchufaron la pantalla y dos cosas: a falta de uvas (otra vez…), melocotón en almíbar en trocitos, claro; y a falta de sonido, subtítulos y a intuir los cuartos. Momentazo para terminar las no-navidades. 2008 por fin.

viernes, 4 de enero de 2008

La receta

Tú dame un coche tamaño “familia tribu de los Brady”. Dame un par de ciudades a cierta distancia la una de la otra. Dame muuuucho sol, de ese de verano agostero. Dame paisajes variados, desde viñedos bien ordenados hasta suelos cuarteados.

Dame señales amarillas, muchas. Dame backpackers, y escóndemelos, que están siempre ocupados. Dame desayunos al estilo alcohólicos anónimos y terapias de grupo. Dame un mapa, o ya puestos, ni me lo des, que yo me guío según la dirección del viento. Dame horarios guiris que cierran antes de tiempo. Y dame sándwiches de pavo enfermizo y queso derretido. Y muchas cookies, también. Y dame ecogas, que la gasolina parece no ser suficiente.



Dame CDs, y ráyame alguno, que si no no tiene gracia. Dame moscas, pero de esas mejor poquitas. Dame algo de playa índica, de agua más bien poco templada. Y gaviotas, que me encanta cómo caminan. Dame millones de fotos, enfocadas y muy desenfocadas. Dame doce apóstoles y quítame una caravana.

Dame un lago "azul neozelandés”. Dame atardeceres costeros y amaneceres de interior. Dame paseos por la playa e interminables partidas de cricket. Dame una frase que se repite continuamente: “por la izquierda, eh?”. Dame poses de modernito y gafas de sol regaladas. Dame lookouts y Great Ocean Roads. Dame Adelaida y dame Melbourne. O mejor, dame todo lo que hay entre una y otra.


Menos mal que no soy metódica, que si no, con todo esto que me das, me marco un viajecito de Navidad a Nochevieja que ni te imaginas.

:-)

jueves, 3 de enero de 2008

Timando a los sentidos

Nochebuena en lunes y Navidad en martes, todo ello reconvertido a fin de semana en una casita de las Blue Mountains, saliendo de Sydney, pero no de Australia, por aquello de salir también de la rutina diaria ya adquirida.

A modo de chiste a la vieja usanza, nos juntamos un vasco-a-un-delantal-pegado, una madrileña de origen extremeño con debilidad por los postres, un almeriense alérgico a todo bicho marino, una pucelana con capacidad de hacer croquetas con tendencia a infinito, un madrileño que ya ha fregado todo lo que tenía que fregar en su vida y una leonesa con afán cansino de colocar unos dátiles en la cena.

El resultado final fue una cena de Nochebuena en la que nos pusimos tibios, entre consomés y tortillas de patatas, entre pescado y carne, entre bastones de caramelo y turrones de la tierra. Una Nochebuena más bien muy atípica a pesar de la normalidad que le queríamos dar: con cerveza aussie, y cava olvidado, y ron en cuenco de melón, y villancicos cañís que resonaban entre pinos y casas en silencio sepulcral ya a las nueve de la noche.

Hizo un pelín de frío, algo de agradecer en Navidad. Y la chimenea y las mantas de cuadros tuvieron su aparición estelar nocturna, como buen 24 de diciembre.

Yo creo que todos tuvimos algún momento de “pensar en casa”. Ni siquiera amanecer y encontrarnos a toda una familia de canguros a pie de terraza nos dejó olvidarnos de la nuestra propia. Aunque por una vez, y sin que sirva de precedente, Papá Noel le ventiló el zapato a Baltasar.

miércoles, 2 de enero de 2008

Baltasar por Santa

O pavo al horno por barbacoa en el jardín.

Ya sabía al venir que este año iba a perderme muchas cosas fuera de casa. Y que en concreto en Navidad no iba a ser lo mismo.

Pero aquí también he ganado. O por lo menos, sustituido, y siempre para bien, lo cual también ayuda, y mucho.

No es un alegato a la nostalgia, sino a la consciencia, contenta de tener eso todos los años y contenta de que este año haya sido más exótico y especial. Y que me quiten lo bailao.

Nos hemos ido de vacaciones de Navidad como si fuera la “Operación Benidorm”. Y ya hemos vuelto. Con taaaaaaaaaaaanto que contar.


Post editado 4 horas más tarde: con la resaca de las navidades encima, con la impresión de un miércoles a-lunes-ado, con la empanada mental de quien no se centra después de estar mucho tiempo descentrada a propósito, y con tantos emails .es por contestar que da pereeeeza...con todo eso me he reencontrado hoy.

...

Pero hace unos minutos la mañana ha dado un giro de 180 grados: he recibido un sms (bien!), he recibido un christmas (bien!) y he recibido un paquete (bien!). Un paquete aparcado en un rincón desde hace unos días según me cuentan. Y yo posponiendo abrirlo pensando que era publicidad. Y lo he abierto. Y se me han abierto los ojos como platos. Madre mía, cómo saben que a mi se me conquista por el estómago. Bien! (gracias!)