lunes, 17 de diciembre de 2007

And the post goes to...

Hoy el blog aparca por unas líneas a quien escribe para regalarle todo un momento a aquel que más que nunca se merece ser protagonista.

Le conozco desde hace tiempo ya, pero no recuerdo el día que nos presentaron. Yo no lo elegí, y él a mi tampoco. Pero nos caímos bien, oye. Muchas horas juntos, muchos juegos compartidos, muchos viajes vividos, muchas risas echadas y algún que otro mal rato, que yo, la verdad, no recuerdo.

Sé que está muy pendiente de mí. Que se pone verde de envidia por cada viajecito que me marco; al fin y al cabo, el apostó 100% por este destino. Y sé que me echa de menos, como yo a él. Porque todo el mundo dice que nos parecemos.

Y es que mucho hemos vivido juntos. Y no siempre tan juntos. Por unas cosas o por otras, nos hemos acabado separando, temporalmente eso sí. ¿Los últimos años? Los hemos pasado compartiendo menús de comidas exóticas - está hecho un cocinillas, nervios ante posibles ascensos vía Internet - nos gusta sufrir con el baloncesto, y sorpresas que siempre salen bien - eso ya es algo natural.

Y sobre todo muchas risas. Nos hemos cogido el puntillo el uno al otro, y esto mejora con los años.

Pero esta vez no podré buscarle un libro raro de esos que creo que sólo él puede leer. Ni pensar en cómo engañarle para sacarle de casa y prepararle unas velas, este año unas cuantas, a las que dar uso. Ni tomarle el pelo con el nuevo look al que se me está aficionando. Hoy no coincidiré (o quizá sí) en ser de las primeras en estar ahí. Pero hoy, como cada año, también quiero estar ahí.

Hoy es el cumple de mi hermano. Y se me hace mayor.
(Esto efectivamente es Noruega...)

viernes, 14 de diciembre de 2007

Cambio de destino

Hoy me he levantado con morados a la altura de la rodilla. ¡Vaya codazos que se gastan las futuras generaciones de becarios! Y todo por pedirse el destino estrella de la temporada.

Dedicado a Pablo: para que entienda porque estoy aquí y no allí. ¡Bienvenido!

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sí que podía irme más lejos

Concretamente, dos husos horarios más allá.

Esta vez nuestro puente se construyó hacia la derecha y cruzamos hasta Nueva Zelanda. Y ahora, después de haber aterrizado, ya puedo decir que necesito volver.


Nueva Zelanda, un país pequeño en comparación con Australia, y grande en comparación con el Reino Unido. La tierra de los maoríes y otra colonia inglesa con historia de recién nacida y con un patrimonio natural más que increíble.

Pecando de principiante, llegué a compararla en un primer momento y una vez allí con lo que ya tenemos en casa. “Los Picos de Europa y esto, no muy diferente”. Y afortunadamente, ¡qué equivocada estaba! Montañas, sí, pero aquí tendían a infinito. Verde tenía, también, pero un verde de color “verde indescriptible”. Ríos había, y lo mismo, ríos de una claridad extraordinaria.

Según lo que me contaron este verano, me atrevería a decir que con un aire a Noruega. Cadenas ininterrumpidas de todos los accidentes geográficos y dibujos naturales que se puedan imaginar: glaciares, cascadas, lagos y ríos, montes y montañas, bosques de helechos y helechos gigantes. Y parques nacionales que dejan la boca abierta.

Nuestra primera toma de contacto con lo local fue en Christchurch, en la isla del Sur. Y elegido como punto de partida recorrimos en tres días unos 1.600 kilómetros montaña arriba y río abajo. Y nos quedamos cortos.

Vengo sin palabras. Ver delfines en su entorno natural no tiene precio. Ver delfines con aletas que acabaron confundiendo nuestra percepción y haciéndonos dudar de si efectivamente eran delfines. Oler focas a 50 metros es todo un arte aprendido al sol. Y por primera vez soy capaz de caminar mirando alrededor en un ángulo de 360º para no perder detalle. Irrepetible.

Me quedo con su color, su textura y su efecto sobre mí. “El país del plastidecor”, porque nunca aluciné tanto con los colores de la naturaleza como en este viaje: flores moradas, rojas, y moradas y rojas; amarillos de campo; y verdes que marcan. Y el azul, ese azul que ya pasa a grabarse en mi retina: un azul como el de los ríos que pintábamos en EGB. Azul turquesa, brillante, opaco, mixto y bonito. Sobre todo bonito. Y único.

Me quedo con la gente. Con su responsabilidad por cuidar el entorno, lo suyo; con su responsabilidad, y no propiedad, sobre la tierra. Con su disfrute del aislamiento en el que viven: una cultura basada en la ingenuidad y en enterarse lo justo de lo que ocurre en el resto del mundo como método sencillo de resolución de problemas. Puede que funcione. Y puede que temporalmente lo exporte. Y me quedo también con sus nombres, toda una exaltación a la sonoridad: el monte Akaroa, el lago Wanaka y nosotros, los no maoríes, los Pakeha.

Me quedaron muchas cosas por ver, pero tranquila volé de nuevo a “casa” con la certeza de que volveré. Porque aún me queda practicar deportes que acaben en –ing; escalar glaciares; sobrevolar lagos en helicóptero; acampar en cualquier parte ¡cualquier parte!; kayakear en los fiordos; aprender la danza de los All Blacks; saludar con la nariz a los autóctonos; y ver un kiwi de cerca.

Para los seguidores de “no-sé-qué-peli”: sólo me queda añadir que algo vi de la comarca, que las montañas nevadas se cruzaron en mi camino y que no lo encontré. El anillo. No.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Palabras que contengan la eñe

Morriña. Eso que a veces, en pequeñas dosis, nos llega a todos, incluida yo. Sí, lo confieso, ha habido momentos “más bajitos” de humor que otros… y de vez en cuando tengo una pequeña manifestación…peeeeero estoy aprendiendo a acostumbrarme a ellos, a verlo normal y a pensar en que, bueno, solo estoy a 17.000 km de casa…

El caso es que el otro día me acordé mucho de la ñ, sí, de España. Nada más casero que ir a una cata de aceitunas; dejemos de lado pequeños detalles como el hecho de moverse en el coche oficial por la ciudad. Quedémonos sólo con la música de “My way” a la española. La España profunda y el naino naino naaa sonando a toda pastilla por las calles del centro. Una vuelta fugaz a mis orígenes de pachanga. Un ritmillo en los pies casi instantáneo. Un hablar demasiado alto para los locales. Y probar las aceitunas con anchoas al estilo bar de toda la vida. Pero en plan gourmet, que aquí somos todos muy finos, incluidos los españoles.

Me regalé un momento de morriña patria porque ya han pasado dos meses; porque son fechas de eso; porque soy una floja; y porque el calor me atontona.

Pero no me quejo, que algunos lo pasan peor.

(y a esto me dedico yo en la oficina...anda que...)