lunes, 25 de febrero de 2008

Y tiro porque me toca

Le pasa a todo el mundo. Es lo normal, lo lógico. Y tarde o temprano llega. A mi me ha pillado lejos, lejísimos. Y después de uno, bueno, uno no; después de quinientos “no puede ser, no es verdad” al teléfono, se me ha caído del calendario de visitas, uno de los fijos. Y todavía estoy en shock.

Me enteré por la mañana, aún con los ojos pegados, cuando allí acababan de cenar. Mirada incrédula por la ventana; miraba y miraba, pero no veía nada. No contaba con ello, la verdad, pero en el fondo me alegro, muchísimo. Todo sea por una buena causa, o mejor dicho, por una “pequeña buena causa”, si es que mi hermano, el que se me hacía mayor, me permite denominar así a mi futuro y primer sobrino.

El mismo al que conoceré más que minúsculo dentro de unos meses en Barajas. Ese pitufo al que voy mediovisualizando por “fotos” desde aquí; que aún pesa menos que una chuleta y al que ya estoy buscando uniforme surfero. Unos escasos centímetros de personita que a mi me provocan una sonrisa enorme.

Y sobre todo, aquel al que espero vayáis adoctrinando desde ya: Su-sa-na, Aus-tra-lia. Que todavía llego en septiembre y me llora...


:-)

miércoles, 20 de febrero de 2008

Observaciones

Como en las notas de primaria, PA (Progresamos Adecuadamente). Al principio yo hablaba de cero choque cultural. Y sigo pensando lo mismo. Un país que recuerda al Viejo Mundo en cada poro de su territorio; un continente isla con clima europeo pero al revés o mejor; y una ciudad plagada de todo menos de australianos. Con lo cual, lo que decía, progresamos adecuadamente en estos nuestros movimientos diarios en la vida y milagros de la población local.

Sin embargo, hoy volvía a casa en el tren y me puse a observar a la gente. Lo mismo que hacía en Madrid, y lo mismo que me di cuenta volvía a hacer aquí. Ya hemos llegado a un punto en el que uno se “siente como en casa”, con los hábitos ya adquiridos, las costumbres consolidadas y el ritmo de vida casi normal. Pero el entorno sigue siendo en cierta manera desconocido, a pesar de lo rápido con lo que nos adaptamos al medio.

Por ejemplo, a mí me sigue chocando que aquí la gente no vaya ya ni siquiera en chanclas, si no descalzos todo el día. Y no como en una boda cuando no aguantas los tacones, ni como cuando vas por la playa con los zapatos en la mano, ni como cuando eres pequeño y en tu silla (no en el suelo) te llevan descalzo. Yo lo he visto en todas partes. Hace unas semanas, en uno de los pubs con más agujero negro en el suelo de esta ciudad. De esos en los que la cerveza se mimetiza con la tarima, la fregona se pasa con una frecuencia sorprendente, y básicamente un local para llevar botas de agua hasta media pierna. Pues sí, y también cruzando los pasos de cebras, o en el puerto, o en todas partes. Les deben de dar un premio cuando andan descalzos X kilómetros. O si no, es que no lo entiendo.

Me llama la atención que el servicio de atención al cliente (o colegueo del camarero) exista en muy pocos restaurantes: ¿donde quedó el encanto de hablar con él y preguntarle lo que recomienda o cuál es el menú del día? Nada, nada; aquí se entrega un beeper, y cuando esté tu comida lista, suena y te acercas a por ella casi casi hasta la cocina. ¿Práctico, pero impersonal?

La obsesión por el deporte: por estar a las 7 de la mañana haciendo sentadillas en un parque céntrico por el que pasamos todos los humildes proletarios; jugar al tenis aún teniendo 108 años, como es el caso de nuestro amigo de las pistas de al lado de casa con gorro al estilo Blossom al que echamos de menos cuando falta (y últimamente preocupados pensando si estará bien el hombre o le habrá dado un síncope de tanto esfuerzo con la raqueta). O sobre todo la bici, esa velocidad que llevan los trabajadores en traje de chaqueta, chalecos reflectantes y casco aerodinámico.

Me resulta curioso que haya gente en las estaciones del tren, al estilo Japón, con banderas indicando cuando no hay nadie en el andén. Aquí pocos se quedan aplastados fuera del tren contra la puerta del vagón cuando se cierran las puertas; hay una mínima consideración y minimargen de tiempo que te guardan.

Me choca que los cajeros de los supermercados te metan ellos mismos las cosas en la bolsa. No por amabilidad, sino porque así está hecho. Sólo ellos tienen acceso a las bolsas de plástico que cuidadosamente colocan según productos o según pasillo del producto, aún no lo sé bien.

Me sorprende que tengan tan pocas luces para atinar con una oferta en las tiendas: filetes de pescado congelado, pongamos uno 5 dólares, y 2 paquetes, 11 dólares (¿?); alquiler de peli, 5 por 7 dólares, y 2 por 13 (¿?); pizzas, una large a 3,95, 3 larges a 21,95 (¿?) Jarrr!! Esto sí que es de chiste.

Y también los uniformes de los colegios, que como diría un compañero, bien se parecen a una bata de estar por casa, o de limpiar las casa. Y las niñas de 12 años te sacan una cabeza (eso es una realidad…) y sus brazos y piernas están bastante más desarrollados que los tuyos (eso es que asusta….), y cargan con mochilas en las que entran tres de sus compañeras.



Me siguen chocando muchas historias. Y siempre y todavía las comento. Habrá más. Seguro.

domingo, 10 de febrero de 2008

Nosotros que podemos

Uno de los sustantivos que van de la mano de Sydney es (la) Ópera. Siempre quise ver una sentada en uno de sus palcos. En Nochevieja, ya tuve la oportunidad de comerme las no-uvas desde allí. Esta vez, la oportunidad se presentó en bandeja de plata y en forma de La Bohème. Cogimos buen sitio, y a diferencia de lo que yo creía, nos llevamos comida, bebida y hasta pudimos descalzarnos. Y la vimos escuchando el silencio sepulcral de 10.000 personas más sobre una manta de picnic y bajo el sol del atardecer.

En Sydney se estilan mucho este tipo de eventos. Y se agradecen. Y siempre al aire libre y alrededor de comida con la excusa de socializar. Hace poco tiempo vimos jazz en el Domain. Ahora tocó opera. Y si algo destaco de los australianos es su capacidad para organizar a las masas: no sé si es una habilidad aprendida a raíz de los Juegos olímpicos o si se trata de algo innato.

El caso es que todo está medido y calculado. Si hace sol, 500 voluntarios te ofrecen crema. Si llueve, seguramente hagan lo mismo con los ponchos esos estilosos. A la entrada, bolsas de basura de todos los tamaños; a la salida, esa mismas bolsas perfectamente recogidas y el césped impoluto.

Pasillos marcados a tiza sobre el verde y baños de quita y pon que relucen de forma poco habitual. Pantallas en puntos estratégicos y puestos de comida variados como las últimas plantas de los centros comerciales.

La gente es civilizada, responde y da gusto. Y ahí estamos los españoles para reivindicar lo nuestro siempre con la coletillas “uy, si esto lo hacen en España…”