A modo de chiste a la vieja usanza, nos juntamos un vasco-a-un-delantal-pegado, una madrileña de origen extremeño con debilidad por los postres, un almeriense alérgico a todo bicho marino, una pucelana con capacidad de hacer croquetas con tendencia a infinito, un madrileño que ya ha fregado todo lo que tenía que fregar en su vida y una leonesa con afán cansino de colocar unos dátiles en la cena.
El resultado final fue una cena de Nochebuena en la que nos pusimos tibios, entre consomés y tortillas de patatas, entre pescado y carne, entre bastones de caramelo y turrones de la tierra. Una Nochebuena más bien muy atípica a pesar de la normalidad que le queríamos dar: con cerveza aussie, y cava olvidado, y ron en cuenco de melón, y villancicos cañís que resonaban entre pinos y casas en silencio sepulcral ya a las nueve de la noche.
Hizo un pelín de frío, algo de agradecer en Navidad. Y la chimenea y las mantas de cuadros tuvieron su aparición estelar nocturna, como buen 24 de diciembre.
Yo creo que todos tuvimos algún momento de “pensar en casa”. Ni siquiera amanecer y encontrarnos a toda una familia de canguros a pie de terraza nos dejó olvidarnos de la nuestra propia. Aunque por una vez, y sin que sirva de precedente, Papá Noel le ventiló el zapato a Baltasar.
1 comentario:
Su, conociéndote y estando donde estás, no me esperaba unas Navidades menos exóticas y además en buena compañía, con lo más granado de la geografía española... :-)
Por cierto, más de media vida preguntándome de dónde venía ese afán de mi familia de León por comer dátiles en Navidad y ahora descubro que no es sólo cosa suya! ;-)
Un beso enorme y ¡Feliz año!
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