Un paso de gigante en mi todavía en pañales inmersión cultural. Ayer descubrí todo lo que me queda por entender del mar. Los déficit de conocimientos y entendimientos con el mundo submarino que aún tengo. Lo que canta a la legua que sigo siendo de secano.
Ayer por fin salí en busca de la ola. Pero sin tabla. Ale, así, a cuerpo descubierto. O mejor, en inglés, a lo body surf. Me flipan (si se me permite la expresión) las olas de este país. Olas que no tienen nada que ver con el rastro de un barco que navega en paralelo a la costa en España. No, olas que se merecen mayúsculas y luces de neón.
Ayer nos fuimos a una playa aparentemente normal. Con mucha gente en la arena, mucha. Y con overbooking en el agua, también. Pero una pizca diferente del resto de playas. Ayer el mar hizo distinciones entre los que (la que entraba-)mos avanzando y desavanzando en un mar más bien helado, y los pequeños micos de medio metro que con minineopreno surcaban las olas con una soltura que te pone los dientes largos.
Pero un clic. Un cambio de mentalidad. Y ya el agua no estaba tan fría, llegando a unos niveles hasta agradables. Después de saltar algunas olas al estilo plano español, después de esquivar brazos y piernas que surgen de no se sabe donde, y mientras mantenía una típica conversación de “¿y qué tal en Sydney so far?¿qué, te gusta?”, se hizo el silencio y mi interlocutor aussie desapareció entre las aguas, la espuma y algas tamaño alfombra de salón. Después de cinco minutos de agonía, con la música de Tiburón retumbando en mis oídos, mis movimientos de cabeza a un lado y a otro, reaparece el desaparecido en cuestión como si nada.
Y me lo explicó - lo más normal del mundo para un australiano: sentir la ola (¿?), oír que viene una buena, y ala, “I think I’m gonna catch this one…” me dijo por lo visto justo antes de desaparecer. Eso justo que yo no oí. No se puede desperdiciar una ola. Ni siquiera cuando no llevas la tabla bajo el brazo. Y da lo mismo si dejas a alguien con la palabra en la boca. Porque es lo normal y todo el mundo lo hace.
“¿Ah, sí? Pues venga, la siguiente buena que venga, yo también la catch” (qué flipada, verdad?). Pido algunas instrucciones básicas cómo por ejemplo, cómo “sientes” eso de la ola (algo que yo no siento ni de broma), en qué momento la “catch” y después ¡qué leches haces! Instrucciones entendidas, me pido una buena. Y viene, porque ayer hubo tormenta, el mar estaba revuelto y las olas eran un no parar. Para mí la sensación es cómo las carreras de relevos en atletismo: empiezas a correr antes de que tu compañero llegue a tu altura, y ya sigues con tu ritmo hasta que te pasa el testigo. Pues algo parecido: “que viene, que viene” y ale, a nadar como una descosida antes de que rompa y después a buscar que te lleve y te impulse y finalmente la “sientas”.
Ayer por fin salí en busca de la ola. Pero sin tabla. Ale, así, a cuerpo descubierto. O mejor, en inglés, a lo body surf. Me flipan (si se me permite la expresión) las olas de este país. Olas que no tienen nada que ver con el rastro de un barco que navega en paralelo a la costa en España. No, olas que se merecen mayúsculas y luces de neón.
Ayer nos fuimos a una playa aparentemente normal. Con mucha gente en la arena, mucha. Y con overbooking en el agua, también. Pero una pizca diferente del resto de playas. Ayer el mar hizo distinciones entre los que (la que entraba-)mos avanzando y desavanzando en un mar más bien helado, y los pequeños micos de medio metro que con minineopreno surcaban las olas con una soltura que te pone los dientes largos.
Pero un clic. Un cambio de mentalidad. Y ya el agua no estaba tan fría, llegando a unos niveles hasta agradables. Después de saltar algunas olas al estilo plano español, después de esquivar brazos y piernas que surgen de no se sabe donde, y mientras mantenía una típica conversación de “¿y qué tal en Sydney so far?¿qué, te gusta?”, se hizo el silencio y mi interlocutor aussie desapareció entre las aguas, la espuma y algas tamaño alfombra de salón. Después de cinco minutos de agonía, con la música de Tiburón retumbando en mis oídos, mis movimientos de cabeza a un lado y a otro, reaparece el desaparecido en cuestión como si nada.
Y me lo explicó - lo más normal del mundo para un australiano: sentir la ola (¿?), oír que viene una buena, y ala, “I think I’m gonna catch this one…” me dijo por lo visto justo antes de desaparecer. Eso justo que yo no oí. No se puede desperdiciar una ola. Ni siquiera cuando no llevas la tabla bajo el brazo. Y da lo mismo si dejas a alguien con la palabra en la boca. Porque es lo normal y todo el mundo lo hace.
“¿Ah, sí? Pues venga, la siguiente buena que venga, yo también la catch” (qué flipada, verdad?). Pido algunas instrucciones básicas cómo por ejemplo, cómo “sientes” eso de la ola (algo que yo no siento ni de broma), en qué momento la “catch” y después ¡qué leches haces! Instrucciones entendidas, me pido una buena. Y viene, porque ayer hubo tormenta, el mar estaba revuelto y las olas eran un no parar. Para mí la sensación es cómo las carreras de relevos en atletismo: empiezas a correr antes de que tu compañero llegue a tu altura, y ya sigues con tu ritmo hasta que te pasa el testigo. Pues algo parecido: “que viene, que viene” y ale, a nadar como una descosida antes de que rompa y después a buscar que te lleve y te impulse y finalmente la “sientas”.
Le he dado un poco de color a la escena, sí, para tapar que ayer no lo conseguí todavía, y que tragué taaaanta agua.
3 comentarios:
Oh... Su, no hay fotos del momento?? Lo que daría por haberte visto por un agujerito catching the waves :))
Qué tal todo? Me alegra ver que estás aprovechando Australia 100%! Por aquí se te echa de menos, pero bueno, ¿no es este el año de los reencuentros? ;)
Un besote,
Lau
ummmm pues pensaba que despues de las practicas en la piscina de Alvaro estabas mas que preprarada!!!jijiji
a pesar de que noto cierto tonito, para ser la primera vez no estuvo nada mal...iré mejorando, y la próxima vez que nos veamos ni me váis a reconocer... :-)
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