Ana y Álex llegaron sin ningún percance al Sydney resacoso de Papa. Casi a las pocas horas de recibirles se me escapaban del nido cual adolescentes para ver mundo. Les monté de nuevo en el avión y pusieron rumbo al norte en busca de sol y buen tiempo, ése tan característico de Australia y ése que no se encontraron aquí. Y lo primero que vieron no fue el agua cristalinamente espectacular de las playas de Queensland, si no las tormentas tropicales que sólo te dejan salir del hotel para tener que entrar a los cinco minutos.
- Pobres! Empezamos bien el viaje (pensaba yo aquí).
- Tomaaa! Entre chanclas y pareos he encontrado un chubasquerillo que me puede hacer algún apaño (pensaban ellos allí). Segunda prueba superada: al mal tiempo australiano, buena cara, que estamos de vacaciones. Mejor una tormenta en un resort paradisíaco que en un atasco de Villaverde, no?
Por suerte, el estancamiento les duró tan solo un día , y enseguida se subieron al coche-por-la-izquierda para no bajarse en 10 días: Townsville, Magnetic Island, Cairns, Port Douglas, con parada especial en la barrera de coral. Cogieron aire, y ale, de un salto a Adelaida, otra vez el forro polar abrochado hasta arriba y de nuevo en ruta pasando por Robe, Port Campbell, viendo los 12 apóstoles y cientos y cientos de koalas, canguros, emúes, ballenas, echidnas, casuarios y así hasta una retahíla cansina de bichos autóctonos. La meta se la planté en Melbourne, perdón, Melburrrrrrn, porque con la carrerilla que llevaban llegaban otra vez a España pero rodeando el mundo por el otro lado. Tercera prueba superada: moverse por las carreteras de cuatro Estados sin problemas gps-ianos y coger con una soltura que asusta el cerrado acento sureño. Cómo se manejan los tíos. Qué curso acelerado de That’s English.
Se les dio bien el Road trip; cada día escuchaba el parte de lo que habían hecho y mentalmente tachaba días para encontrarles de nuevo. Y quedamos en Melburrrrrrrn. Una ciudad que se convirtió en un oasis para ellos después de tanto rural, y en la que dimos la bienvenida a un nuevo miembro de la familia (y Álex, no te pongas fucsia :-), que estoy hablando de Dani, el mini-Robles más pequeño hasta la fecha!). Vuelven más redondos, porque aquí los amigos se han puesto tibios a comer. Vuelven tan eufóricos como Félix Rodríguez de la Fuente, porque la naturaleza de este país les ha enganchado. Y vuelven (y de hecho volvieron ya) herniados y con cara larga, que lo que querían era quedarse. Y ver el Rocón. Estooo, el Uluru, que no, ni se lo mencionéis, pero no lo vieron. Ay!
2 comentarios:
ay, pare, lo he vuelto a revivir, no lo podría haber contado mejor..gracias por hacernos partícipes de tu blog..un honor, sin duda!!!q emoción y q bien lo pasamos
hasta dentro de un suspiro :)
Agradecidos, emocionados (y sorprendidos por la paciencia que tuvistes) nos fuimos nosotros.
Fue todo perfecto, y hasta ahora, y como tu bien decías nos acordamos del dichoso backpackers y del huesped de la habitación como anécdota graciosa.
Lo del Ulururu queda pendiente para la próxima vez que vayamos (y el london bridge tambien) que por mucho que te empeñes algún día lo veremos... ;-)
Ah! y que las piedras que nos metistes en tu mochila, cuando llegamos a madrid las tiramos al rio, supusimos que solo era como penitencia y que no las querias para nada..
Y nada, que la verdad que de una Robles no me esperaba menos!! Muuuuuuuuchas gracias por todo, de verdad. Y que nos vemos pronto!!! 1 beso muy grande. Alex.
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