Después de mucho tiempo como destino en mente, Bali se convirtió en un punto de referencia en el calendario. Y en el mapa, porque al fin supe situarlo y he llegado a visualizarlo con mucha precisión en mi cabeza y a memorizar nombres que aprendía por reglas nemotécnicas.
En cinco días he pasado de la Easter con millones de huevos de Pascua de aquí a su Semana Santa y sus celebraciones de allí. De calcular todo en euros a sentirme millonaria por un día hablando de miles y miles como quien cuenta granos de arroz. De arroz del que me ha encandilado, del Nasi Goreng, porque soy de gustos sencillos; y de los arrozales que me han abierto la boca incrédula. No me creo que la naturaleza sea efectivamente tan sabia.
Se me ha abierto la boca igual que se me ha cerrado la nariz para impedir sin éxito que el nemo indonesio me inundara las gafas. Un empujoncito en forma de sorpresa me permitió bajar de la superficie al barco hundido haciendo señas a lo OK! como si efectivamente supiera.
Me he vuelto con picaduras de toda la fauna insular, y además, de los que a priori no muerden, porque yo para eso tengo buen ojo: un pez, un mono y un mosquito se han quedado de recuerdo un poco de mi ADN. Memorable.
De Bali, me he traído lo típico: un masaje a mis espaldas y un baile tradicional con instrumentos tradicionales que no me he resistido a no probar. Nos ha llovido, así que me he traído un chubasquero de pies a cabeza que me permita recorrer cada rinconcito conocido y no de la isla en moto zigzagueante. La misma que ha esquivado a familias enteras cuyo vehículo del hogar puede albergar hasta un total de cinco traseros, que eso lo han visto mis ojos.
Colecciono ya imágenes en forma de templos, dioses y ofrendas, que me han despertado tanto curiosidad como color en la retina. El mismo color de los sarong que nos hemos acostumbrado a llevar, llueva, nieve o haga sol. Los mismos que medio hemos regateado a los dioses para poder arañar un poquito de las ceremonias en las que a priori no podríamos entrar.
Los volcanes afortunadamente no se han despertado, ni tampoco nuestro instinto surfero. Hemos preferido dedicarnos a la buena vida basada en la gastronomía local (un buen pancake para desayunar, verdad :-P) y la observación de la artesanía autóctona.
Bali no es Indonesia. O al menos la Indonesia Indonesia. Pero Bali para mí ha sido Indonesia: ha sido el país del lenguaje sonoro, de la posición cuclillar generalizada y de los paisanos que te llaman Mr. Ha sido el país-paisaje sacado de Vietnam, sí? Ese otro país que tampoco conozco pero que me he empeñado en comparar con Bali. Ha sido el país de las cenas baratas y las calles en dirección contraria. De los pueblos en curvas y las casas de madera torcida y olor a incienso encendido y de los niños que saludan ante una cara más clara. Y de la gente en la calle, todo el mundo en la calle, y las gallinas coleando sobre las motos. Ha sido el verde. Verde cítrico de los paisajes de postal. Y olor, olor rarete en los puestos de fruta. Ha sido el Bali que esperaba y que sirve solo para abrir boca. Me quedo con todo.
2 comentarios:
no coments!!ya lo has dicho todo..y como dices q se va allí?
La visita al continente "de arriba" tiene muy buena pinta. Seguro que la disfrutaste. Yo he disfrutado el rato mientras leía tu articulito.
Ahora en serio, a Vanuatu no vas a ir? La Lonely pone que la mejor época para visitarlo es entre mayo y octubre ;-)
Besos
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