Como en las notas de primaria, PA (Progresamos Adecuadamente). Al principio yo hablaba de cero choque cultural. Y sigo pensando lo mismo. Un país que recuerda al Viejo Mundo en cada poro de su territorio; un continente isla con clima europeo pero al revés o mejor; y una ciudad plagada de todo menos de australianos. Con lo cual, lo que decía, progresamos adecuadamente en estos nuestros movimientos diarios en la vida y milagros de la población local.
Sin embargo, hoy volvía a casa en el tren y me puse a observar a la gente. Lo mismo que hacía en Madrid, y lo mismo que me di cuenta volvía a hacer aquí. Ya hemos llegado a un punto en el que uno se “siente como en casa”, con los hábitos ya adquiridos, las costumbres consolidadas y el ritmo de vida casi normal. Pero el entorno sigue siendo en cierta manera desconocido, a pesar de lo rápido con lo que nos adaptamos al medio.
Por ejemplo, a mí me sigue chocando que aquí la gente no vaya ya ni siquiera en chanclas, si no descalzos todo el día. Y no como en una boda cuando no aguantas los tacones, ni como cuando vas por la playa con los zapatos en la mano, ni como cuando eres pequeño y en tu silla (no en el suelo) te llevan descalzo. Yo lo he visto en todas partes. Hace unas semanas, en uno de los pubs con más agujero negro en el suelo de esta ciudad. De esos en los que la cerveza se mimetiza con la tarima, la fregona se pasa con una frecuencia sorprendente, y básicamente un local para llevar botas de agua hasta media pierna. Pues sí, y también cruzando los pasos de cebras, o en el puerto, o en todas partes. Les deben de dar un premio cuando andan descalzos X kilómetros. O si no, es que no lo entiendo.
Me llama la atención que el servicio de atención al cliente (o colegueo del camarero) exista en muy pocos restaurantes: ¿donde quedó el encanto de hablar con él y preguntarle lo que recomienda o cuál es el menú del día? Nada, nada; aquí se entrega un beeper, y cuando esté tu comida lista, suena y te acercas a por ella casi casi hasta la cocina. ¿Práctico, pero impersonal?
La obsesión por el deporte: por estar a las 7 de la mañana haciendo sentadillas en un parque céntrico por el que pasamos todos los humildes proletarios; jugar al tenis aún teniendo 108 años, como es el caso de nuestro amigo de las pistas de al lado de casa con gorro al estilo Blossom al que echamos de menos cuando falta (y últimamente preocupados pensando si estará bien el hombre o le habrá dado un síncope de tanto esfuerzo con la raqueta). O sobre todo la bici, esa velocidad que llevan los trabajadores en traje de chaqueta, chalecos reflectantes y casco aerodinámico.
Me resulta curioso que haya gente en las estaciones del tren, al estilo Japón, con banderas indicando cuando no hay nadie en el andén. Aquí pocos se quedan aplastados fuera del tren contra la puerta del vagón cuando se cierran las puertas; hay una mínima consideración y minimargen de tiempo que te guardan.
Me choca que los cajeros de los supermercados te metan ellos mismos las cosas en la bolsa. No por amabilidad, sino porque así está hecho. Sólo ellos tienen acceso a las bolsas de plástico que cuidadosamente colocan según productos o según pasillo del producto, aún no lo sé bien.
Me sorprende que tengan tan pocas luces para atinar con una oferta en las tiendas: filetes de pescado congelado, pongamos uno 5 dólares, y 2 paquetes, 11 dólares (¿?); alquiler de peli, 5 por 7 dólares, y 2 por 13 (¿?); pizzas, una large a 3,95, 3 larges a 21,95 (¿?) Jarrr!! Esto sí que es de chiste.
Y también los uniformes de los colegios, que como diría un compañero, bien se parecen a una bata de estar por casa, o de limpiar las casa. Y las niñas de 12 años te sacan una cabeza (eso es una realidad…) y sus brazos y piernas están bastante más desarrollados que los tuyos (eso es que asusta….), y cargan con mochilas en las que entran tres de sus compañeras.
…
Me siguen chocando muchas historias. Y siempre y todavía las comento. Habrá más. Seguro.
Sin embargo, hoy volvía a casa en el tren y me puse a observar a la gente. Lo mismo que hacía en Madrid, y lo mismo que me di cuenta volvía a hacer aquí. Ya hemos llegado a un punto en el que uno se “siente como en casa”, con los hábitos ya adquiridos, las costumbres consolidadas y el ritmo de vida casi normal. Pero el entorno sigue siendo en cierta manera desconocido, a pesar de lo rápido con lo que nos adaptamos al medio.
Por ejemplo, a mí me sigue chocando que aquí la gente no vaya ya ni siquiera en chanclas, si no descalzos todo el día. Y no como en una boda cuando no aguantas los tacones, ni como cuando vas por la playa con los zapatos en la mano, ni como cuando eres pequeño y en tu silla (no en el suelo) te llevan descalzo. Yo lo he visto en todas partes. Hace unas semanas, en uno de los pubs con más agujero negro en el suelo de esta ciudad. De esos en los que la cerveza se mimetiza con la tarima, la fregona se pasa con una frecuencia sorprendente, y básicamente un local para llevar botas de agua hasta media pierna. Pues sí, y también cruzando los pasos de cebras, o en el puerto, o en todas partes. Les deben de dar un premio cuando andan descalzos X kilómetros. O si no, es que no lo entiendo.
Me llama la atención que el servicio de atención al cliente (o colegueo del camarero) exista en muy pocos restaurantes: ¿donde quedó el encanto de hablar con él y preguntarle lo que recomienda o cuál es el menú del día? Nada, nada; aquí se entrega un beeper, y cuando esté tu comida lista, suena y te acercas a por ella casi casi hasta la cocina. ¿Práctico, pero impersonal?
La obsesión por el deporte: por estar a las 7 de la mañana haciendo sentadillas en un parque céntrico por el que pasamos todos los humildes proletarios; jugar al tenis aún teniendo 108 años, como es el caso de nuestro amigo de las pistas de al lado de casa con gorro al estilo Blossom al que echamos de menos cuando falta (y últimamente preocupados pensando si estará bien el hombre o le habrá dado un síncope de tanto esfuerzo con la raqueta). O sobre todo la bici, esa velocidad que llevan los trabajadores en traje de chaqueta, chalecos reflectantes y casco aerodinámico.
Me resulta curioso que haya gente en las estaciones del tren, al estilo Japón, con banderas indicando cuando no hay nadie en el andén. Aquí pocos se quedan aplastados fuera del tren contra la puerta del vagón cuando se cierran las puertas; hay una mínima consideración y minimargen de tiempo que te guardan.
Me choca que los cajeros de los supermercados te metan ellos mismos las cosas en la bolsa. No por amabilidad, sino porque así está hecho. Sólo ellos tienen acceso a las bolsas de plástico que cuidadosamente colocan según productos o según pasillo del producto, aún no lo sé bien.
Me sorprende que tengan tan pocas luces para atinar con una oferta en las tiendas: filetes de pescado congelado, pongamos uno 5 dólares, y 2 paquetes, 11 dólares (¿?); alquiler de peli, 5 por 7 dólares, y 2 por 13 (¿?); pizzas, una large a 3,95, 3 larges a 21,95 (¿?) Jarrr!! Esto sí que es de chiste.
Y también los uniformes de los colegios, que como diría un compañero, bien se parecen a una bata de estar por casa, o de limpiar las casa. Y las niñas de 12 años te sacan una cabeza (eso es una realidad…) y sus brazos y piernas están bastante más desarrollados que los tuyos (eso es que asusta….), y cargan con mochilas en las que entran tres de sus compañeras.
…
Me siguen chocando muchas historias. Y siempre y todavía las comento. Habrá más. Seguro.
5 comentarios:
¿Y para cuándo las pruebas gráficas? jeje, una imagen vale... mucho!
Besos, Su!
De lo mejor de ser niño: su mirada, nunca dejan de sorprenderse de las cosas q les rodean y de observarlas. Sigue contándonoslas. Bsitos desde Palencia!
He leido tu entrada y me ha venido esta historia a la cabeza:
Contexto: Tunez
Dialogo:
-tres dinares
-tres y medio!! (se habra creido el listillo este que nos iba a timar A NOSOTRAS...)
Me dejas patidifusa... tampoco que sorprende, ya ves, qué sé yo de tierras australes...
Sigues teniendo una manera de escribir que hipnotiza, es como leer una poesía.
Besos desde Berlín
quiero hacer fotos muestra de...seguir contando historias...regatear como Dios manda...y quedarme patidifusa de verdad con lo que me dicen desde Berlín...
Os encantaría esto, a las 4!
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