Pues bien. Ya llegó el momento. Y yo ya llegué. Escribo ésta, la que supongo será la última entrada del blog, desde el ordenador de mi casa en León. La historia de downunder cambió de hemisferio hace dos días y hoy, a punto de ponerle fin, se convierte efectivamente en Historia.
Todo comenzaba hace más de un año. El blog y la experiencia. Me iba a Australia, a un país-continente del que no conocía más que lo típico. Con un montón de expectativas, un montón de curiosidad y más de trescientos días por delante para estar lejos de todo.
Se ha pasado el año. A veces sin darme cuenta. Y otras contando hasta los segundos que quedaban. Ha sido completo, porque he cumplido con los viajes, las rutas, las vacaciones, las visitas, los retos y las novedades, y ya en último lugar la oficina. He conocido a mucha gente, muchos que iban desfilando como una hilera de patos en la feria; y con unos me he quedado, y otros simplemente han pasado de largo.
Me acuerdo de la lista que redacté al principio, allá por el mes de octubre. He cumplido religiosamente con casi cada una de las propuestas. Pero eso al final es lo de menos, porque han salido muchas más. En el blog he terminado contando los viajes, porque no es plan de poner reflexiones de ésas que también he tenido este año, y os he mandado las fotos para que echáseis un pequeño ojo a lo que yo en su día vi en directo. He disfrutado y mucho. Y también he disfrutado menos.
En resumen, me oiréis decir que Sidney está bien, que es una ciudad en la que se vive fácilmente. Pero que Australia está mucho mejor que Sidney. Y que a un nivel incluso superior se encuentra Nueva Zelanda, que es la pera. Que me gusta el Pacífico y me interesa el Sudeste asiático. Que todo aquello está muy lejos. Que no les he acabado de coger el punto a los australianos, pero que los indonesios me cayeron muy bien, mejor que los vietnamitas. Que he echado de menos el lomo, mucho, y que ahora echaré de menos hacerme la comida con sólo tres ingredientes. Que pensaba que me iba a costar acostumbrarme a todo esto otra vez, pero no es verdad; sólo se me han escapado un par de sorrys y todavía me acerco al semáforo con la intención de pulsar un botón aquí inexistente para que se ponga en verde. Pero con el tiempo parecerá que nunca me fui.
El vuelo de vuelta un pelín accidentado: casi perdemos el primer avión, el que daba paso a las 27 horas de viaje; compartimos asientos y palmas con el cuadro flamenco de Sara Baras; y llegamos a Madrid sin maletas. Y crucé a la carrera la línea de meta de las puertas de cristal del aeropuerto porque lo mejor estaba esperando en Barajas, con un hambre que se caía el pobre.
En breve estaré disponible ya lejos de esta presencia virtual. Dentro de nada os estaré contando mis historias, y vosotros las vuestras. Ahora me voy a merendar: Colacao :-)